Por Psicóloga: María de los Ángeles Arroyo Montoya
En las últimas semanas hemos visto el incremento de casos de COVID-19, y digo vimos porque ahora sabemos de personas conocidas, amigos y familiares que están contagiados, algunos graves y, en el peor de los casos, muertos. Y, a pesar de ello, se ha insistido en la reapertura de toda clase de comercios y sitios de recreación.
La sociedad, y específicamente los celayenses, ha retomado la mayoría de las actividades cotidianas, innecesarias para algunos, pero imprescindibles para otros. Tal es el caso de la celebración eucarística que, algunos celayenses, han asistido con entusiasmo y otros han renegado por el riesgo que representa la reapertura de sitios donde la conglomeración es inevitable.
Lo mismo sucede con otras actividades, como la reapertura de centros comerciales, cines y otros atractivos “tan necesarios” para la recreación y el ocio. Tal parece que el semáforo naranja convenció a los celayenses que la vida volvió a la “normalidad” y que la situación pandémica está controlada. Aunque, muchos sabemos que la pandemia no solamente es el COVID-19, sino la ignorancia y la irresponsabilidad de actuar como si nada pasara.
Es cierto, jamás volveremos a la “normalidad” que conocíamos, pero los hábitos son difíciles de romper. El hábito de llevar la “limosna” a las autoridades religiosas, de salir a pasear en familia porque en casa no hay nada que hacer, de seguir contribuyendo al capitalismo salvaje y sobre todo, el hábito de poner en riesgo a una ciudad completa, aun sabiendo que Celaya es la ciudad donde más casos se han presentado, y donde el índice de mortalidad es altísimo, también para la población jóven.
No cabe duda de que como sociedad no hemos podido, ni podremos, afrontar una situación que cada vez es más mortal. La situación parece irónica: no creer y creer, es decir, no creer en la pandemia, pero, a su vez, creer en las ideas conspirativas. Esto tiene una explicación psicológica: es más cómodo para nuestro cerebro creer en aquello que no requiera un esfuerzo para nuestra conducta y nuestros hábitos. Esta comprobado: no es fácil estar en casa todo el tiempo, ni usar cubrebocas en la vía pública ni en el trabajo, ni lavarse las manos constantemente, ni cambiar la interacción cotidiana.
Los hábitos son difíciles de romper por la comodidad que representan. Así que es mejor, incluso, olvidar que vivimos una pandemia, olvidar que debemos cambiar nuestras formas conductuales y mentales. Ante la vuelta a la “normalidad”, actuamos como si nada pasara.