
Cien pétalos puede llegar a tener la rosa, y su edad es tan antigua como las lluvias de mayo con las que florece. Desde las primeras civilizaciones, esta flor ha simbolizado la belleza; babilonios, asirios, egipcios, romanos y griegos la usaron en sus fiestas y ritos religiosos.
La elite romana, heredó de los helenos el gusto por la rosa, y nada era mejor que las rosas para ornamentar sus excesos y su refinado gusto por lo extraño: bebidas, comida, tapices, arreglos florales, perfumes y rosas para honrar a Venus con la reina de las flores. Ellos la cultivaron en jardines llamados Rosetum.
Se dice que el origen de la rosa es Asia, en donde particularmente los chinos la propagaron en sus jardines y originaron el color amarillo. De China fue llevada al norte de África e introducida en Europa por los pueblos del mediterráneo. Las referencias textuales, no datan de más de 3000 años antes de nuestra era, pero lo cierto, es que su existencia va más allá de ese tiempo.
La rosa hasta el día de hoy es una de las flores que ha saltado todo tipo de fronteras culturales y se ha convertido en un símbolo universal del amor y la belleza. Y por supuesto, ese referente no queda en atributos florísticos, sino ha servido para nombrar todo tipo de actos y conductas por las virtudes que se le atribuyen. Entre otras, por su color, tersura, fragancia, sabor, por sus efectos medicinales y emocionales, de esta manera se ha transformando en cuanto adjetivo y sustantivo sea posible crear.
Asi, tenemos la vida en rosa, que antes de ser flor, es el color de la flor, y después canción, por la que la bien querida Edith Piaf en 1945, fue conocida en Francia y en todo el mundo. En México las rosas están asociadas a un motivo fundamental de nuestra religión, la aparición de la virgen de Guadalupe en el ayate de Juan Diego. Igualmente, circula de manera falaz, en nuestra versión de la historia, la frase atribuida por José Santos Chocano al emperador azteca, Cuauhtemoc, quien según él, dijo: -“¡ Mi lecho no es de rosas !”
Es una inclinación casi natural, señalar todo lo que sea circular y con pétalos, con el nombre de rosa o roseta, de este modo existe la “Rosa de los vientos”, la forma “roseta” de los brillantes. Por otro lado, quizá lo más sobresaliente es identificar al género femenino con esa flor y ese color, y en otros casos, por lo que más se le parezca. Yo no sé, si el dibujo animado de la pantera, hubiese sido exitoso, sin el color rosa; o si la casa presidencial argentina, fuese más respetada sino fuera rosada.
Utilizada como distintivo de familia, la rosa roja fue emblema para la casa de Lancaster, y la rosa blanca para la casa de York. Por ese motivo, se conoció como La Guerra de las Rosas (1455-1485), las disputas por el poder entre estas familias inglesas. Por esa razón tan belicosa, no creo que se haya inventado el nombre “propio” o “ajeno”, denominado, Rosa, ni el apellido. Aunque no pocas veces van acompañados de sendas espinas.
En la actualidad, la American Roses Society tiene clasificados mas de 30.000 rosales distintos, nada parecido al número de poemas, historias, relatos en dónde la rosa es el tema principal. La seducción de la rosa es tan fuerte, que no hay autor respetable que no haya escrito, mínimo un haiku sobre la rosa, como lo hizo Basho, o Issa. De cierto, no hay motivo tan vivificante y misterioso como la rosa para los alquimistas, creo que de allí nace el esplendido relato de Borges, La rosa de Parecelso.
El nombre latino de rosa, se deriva a su vez de la voz griega “Rhédon”, que significa “rojo” y del término persa “Vareda”. La especie más antigua conocida, es la rosa Gálica, era ciertamente una rosa roja. En el siglo VI A.C., el famoso poeta lírico Anacreonte de Grecia, cantaba que el bálsamo de rosas servía de alivio al corazón. Quizá por eso, corazón y rosas rojas, a decir de los que saben, siempre son una dualidad con resultados insospechados para ese trasnochado y no siempre delicado asunto del amor.
De la voz a la tinta.